martes, 8 de agosto de 2017

En el nombre de Dios...

Por Dalton Herrera

"Dejad que los niños vengan a mí, y no se los impidáis, porque de los tales es el reino de los cielos". Mateo 19:14

Recitaba aquel famoso versículo, ese hombre con crucifijo y sotana que mantenía las palmas pegadas entre sí, haciendo reverencia ante el retrato de Cristo, y ante sus monaguillos y una multitud de feligreses que alzaban sus manos delante del podio y de la banda de música clerical.

Cada frase manifestada por ese embajador de la palabra de Dios terminaba con un amén, y cada amén que se vociferaba en el templo hacía temblar a los jovencitos presentes, aquellos que usaban batas blancas y largos rosarios, características de un principiante a diplomático celestial.

Como toda obra de teatro, terminan las misas y los cánticos, la casa de Dios se queda sola. Bueno, no del todo. Aún está ahí el hombre elegido por el supremo para predicar junto a sus monaguillos.

"Para llegar al cielo hay que atravesar las hordas del infierno", él susurra a uno de ellos en el oído, con las manos en sus hombros y los pantalones desabrochados. Nunca se quita la túnica sacerdotal, por si las moscas, algún inoportuno interrumpe el acto sagrado, pero su práctica de fe se lleva a cabo en el nombre de Jehová.

¡Amén!

Y los niños lloran de alegría -según él- y sus gemidos son alabanzas al señor.

Y los demás observan entusiasmados -declara él- porque se están cumpliendo las profecías de Dios.

Lágrimas y sangre brotaban como en los tiempos de Jesús cuando se sacrificó por nosotros, así mismo se sacrificarán los corderos por los demás, para la gloria del señor, dice él...

¡Amén!

Consumada la ceremonia (de carne)espiritual, se sube los pantalones y termina de dar la bendición. Al fin y al cabo, si sucedió, es porque Dios así lo quiso -se justifica él -.

"Esto es un secreto entre Dios y nosotros... decirlo es un pecado", amenaza a los niños, aquel hombre gordo, calvo y con barbas canosas, con piel grasosa y aliento de perro.

Los monaguillos solo asientan con la cabeza y no pecan porque aman y temen al señor.

Total, ellos pensarán que si lo dicen lo harán enojar y se irán hacia el infierno con el diablo.

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