
En la mayoría de las naciones democráticas del mundo, cuando se inicia un periodo electoral, los temas económicos ocupan el primer plano de los debates e inclusive influyen poderosamente en las preferencias electorales.
Ello así porque la economía cubre áreas tan importantes como los niveles de empleo, o desempleo, el grado de inflación o nivel de precios, la volatilidad de la tasa de cambio de nuestra moneda, el crecimiento de la economía, la redistribución de la riqueza y muchos otros factores colaterales a estos.
Tanto en Europa, Asia, y las Américas, cuando acontecen elecciones, está comprobado que el comportamiento económico y sus variables son factores decisivos en la determinación del ganador. Para un ejemplo basta recordar el rol jugado por los temas económicos en las campañas de Reagan y Bush en sus respectivos triunfos electorales en Norteamérica.
Pero acontece que en nuestra actual campaña electoral los temas económicos no tienen mucha cabida, debido a que en los últimos años el país ha gozado de un buen crecimiento económico, un bajo índice de inflación, un grado de devaluación moderado, un nivel aceptable de creación de empleos, y en sentido general, una carencia de volatilidad que permite que nuestra economía sea destacada favorablemente por connotadas agencias y bancos internacionales.
La oposición se ha visto obligada a concentrar sus argumentos en la falta de derrame adecuado del bienestar creado con el crecimiento económico, la fragilidad de un crecimiento basado en endeudamiento y como consecuencia la vulnerabilidad que se va perfilando al sostener una política de inversiones públicas en el endeudamiento sin querer afrontar el verdadero tema subyacente; la reforme tributaria y el gasto publico.
Por ello seguiremos viendo una campaña basada más en los resultados de encuestas y sondeos públicos que en propuestas alternas a los desafíos de la nación. Para bien o mal, luce que lo económico estará ausente en esta campaña.
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