Por: Alfonso Baella Herrera
En el año 2010, en la campaña electoral presidencial colombiana, Antanas Mockus, candidato presidencial del Partido Verde, irrumpió en la escena nacional de una manera sorprendente. Un mes antes de las elecciones todas las encuestas no sólo le daban como ganador sino que las redes sociales lo habían colocado como un nuevo fenómeno mundial, inclusive con un crecimiento porcentual, mayor al de Barack Obama. Su contendor, el oficialista Juan Manuel Santos, no despegaba en las preferencias electorales y en el territorio digital simplemente era una nulidad.
Mockus creció en Facebook de tal manera que superó los 700 mil seguidores en semanas. Santos apenas llegó a los 200 mil pero el resultado al final fue sorprendente. Antanas Mockus obtuvo 21,49 por ciento (3,12 millones de votos) y Santos quedó en primer lugar con 46,56 por ciento (6,75 millones de votos). Mockus, el campeón de las redes, casi pierde en primera vuelta.
¿Cómo ocurrió esto? La respuesta es muy simple. La estrategia política de Mockus fue equivocada. Si bien su carácter campechano, su verbo fácil, su personalidad juvenil y hasta irrespetuosa capturó rápidamente la simpatía de los colombianos pero esa excesiva exposición le abrió un flanco. Lo que decía, lo que hacía y lo que tuiteaba y feisbukeaba era replicado por medios y era parte de la comodilla diaria. Parecía imparable hasta que, rodeado de incondicionales subalternos, sufrió lo que ocurre con muchos políticos; perdió el sentido de la realidad y se desconectó con el sentido común y la calle.
Mockus debió su derrota a si mismo. Sin la ecuanimidad necesaria comenzó a caer en contradicciones y triunfalismo. Tuvo expresiones controvertidas que impactaron en la sociedad colombiana negativamente. Las dimensiones de sus redes sociales, más grandes que las de todos sus oponentes juntas, fueron el conducto para canalizar la decepción de quienes inicialmente lo aplaudieron. Las redes viralizaron la ilusión y la desilusión con la misma velocidad. Mockus fue víctima de si mismo y nunca aprovechó sus cinco minutos de fama.
Las redes sociales, en política, son medios fundamentales. Sirven para construir y conducir a la opinión pública. Nunca el rencor, la amenaza y mucho menos el insulto construyen liderazgos. La historia digital, si cabe el término, recuerda la esperanza, el ánimo y las propuestas de un político. Cuidado con creer en los espejismos en que pueden convertirse.
Fuente: facebook/Raul German.
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