por: Marco Baldera.
Muchos piensan, por
cobardía o por cálculos, que con callar las deficiencias del sistema no se
meten en líos y hasta tranquilizan sus conciencias con el silencio, creyendo
que así colaboran con la solución de los males que ancestralmente nos vienen afectado
Esos son los mismos
que se escandalizan cuando comprueban que existen quienes se atreven, con el
respeto debido, a poner el dedo en la llaga y reclamar su posterior curación.
Ignoran que Pablo Neruda, el gran poeta chileno y premio nobel, nos enseñó que
las cosas no se arreglan ni con el silencio ni con el tiempo.
El que no quiera ser
objeto de la crítica que se entierre vivo. Todo ser humano que vive en sociedad
y aspira jugar un papel predominante en la misma, debe saber que los demás
tienen el derecho de enjuiciar su comportamiento y sus declaraciones. Nadie
puede pretender que puede ejercer una instancia de poder sin que sus
conciudadanos los sometan al rigor de la crítica.
Poco importa que las
funciones se ejerzan desde el poder legislativo, judicial o ejecutivo, pues,
los que manejan resortes de poder, social, económico, político o judicial,
terminan, de una manera u otra, decidiendo, directa o indirectamente, la vida
de los que están sometidos a su poder.
Muchas veces se produce
el fenómeno, sobretodo en sociedades atrasadas como la nuestra, de que el
detentador del poder no está consciente de sus potencialidades ni de los
efectos reales que suelen producir sus decisiones, porque en la mayoría de los
casos los que nos dirigen no están totalmente preparados para los cargos que
asumen y la asesoría brilla por su ausencia o proviene de la más abismal
oscuridad.
Los que aún nos
atrevemos a enjuiciar el comportamiento de nuestros congéneres, muy
independientemente de que sean nuestros superiores en los oficios a los que nos
dedicamos, en una sociedad de intolerantes, tenemos que estar preparados para
lo peor.
Eso sin descartar, obviando la exageración, la
muerte física o moral, en virtud de que los perversos enquistados en importantes
resortes de poder no tienen límites cuando se trata de avasallar a quienes
rotundamente nos negamos a seguirles el juego como simples borregos.
Plutarco, no Jaquez,
sino el de las Vidas Paralelas, afirmó: “Una autoridad que se funda en el
terror y la opresión lastimando la dignidad de los demás, es al mismo tiempo
una vergüenza y una injusticia”. Muchos años después, Voltaire advirtió: “No
trates nunca de imponer la autoridad donde solo se trata de razón”. Y no se
equivocaron.
La diferencia
existente entre la autoridad y el autoritarismo está en la disciplina y
formación del que manda. La autoridad se basa en el derecho y la razón; el
autoritarismo, en el abuso enfermizo y megalómano de esa autoridad.
0 comentarios:
Publicar un comentario